Confirmación

La Confirmación enriquece a los bautizados con la fuerza del Espíritu Santo para que puedan dar mejor testimonio de Cristo en palabra y obra (Catecismo de la Iglesia Católica [CIC], no. 1285). Ungidos por el Espíritu Santo en la Confirmación, los cristianos fortalecen sus lazos con la Iglesia y se equipan mejor para llevar a cabo la misión de amor y servicio de la Iglesia.

En la Confirmación, nuestra fe y pertenencia al Cuerpo de Cristo es confirmada, o reforzada. 

En el rito del Bautismo nos convertimos en nuevos miembros del Cuerpo de Cristo, pero nuestro viaje no termina ahí. La decisión de ser bautizados es seguida de un continuo crecimiento, aprendizaje y testimonio como miembros del Cuerpo de Cristo. Nuestro deseo de seguir creciendo y desarrollándonos como cristianos encuentra su expresión en la Confirmación, en que renovamos nuestras promesas bautismales y recibimos de una nueva manera el don del Espíritu Santo, lo cual refuerza nuestro “vínculo” con la Iglesia y sus miembros (CIC, no. 1316 y Juan Pablo II, Redemptoris Missio [Sobre a permanente validez del mandato misionero], no. 26).

La Confirmación nos conecta a una comunidad mayor. 

La relación del obispo (quien preside el rito de la Confirmación) con la comunidad de la Iglesia en un área determinada nos recuerda nuestra conexión a la comunidad mayor de la iglesia, que es global. Por lo tanto, la Confirmación nos recuerda que pertenecemos a la Iglesia Universal y a una comunidad parroquial local (CIC, no. 1309). El crisma, el óleo sagrado utilizado durante la Confirmación, señala que la comunidad comparte el Espíritu, ya que el mismo óleo se utiliza durante el Bautismo y para ungir a obispos y sacerdotes durante el sacramento del Orden. El óleo para la Unción de los Enfermos también es consagrado durante Semana Santa. El símbolo del óleo nos recuerda la acción del Espíritu Santo sobre nosotros como miembros de la familia de la Iglesia.

En la Confirmación recibimos los dones del Espíritu Santo. 

En los Evangelios, el mismo Espíritu que descendió sobre Jesús durante el Bautismo desciende sobre los apóstoles en Pentecostés (CIC, nos. 1285-1287). Las lecturas y la homilía que escuchamos en la Confirmación nos recuerdan que este mismo Espíritu está presente con nosotros hoy. En la Confirmación recibimos diversos dones espirituales que trabajan juntos para el “bien común” y “la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y las necesidades del mundo” (Juan Pablo II, Christifideles Laici [Vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo], no. 24). En la Confirmación oramos por que aumenten de los dones del Espíritu en nuestra propia vida para servir a la causa de la justicia y la paz en la Iglesia y el mundo.

El Espíritu nos mueve a imitar el amor y el servicio de Cristo y los santos. 

En preparación para el sacramento de la Confirmación, a menudo desempeñamos muchas horas de servicio para ayudar a los necesitados. Al hacerlo, practicamos el amor y el servicio a imitación de los santos cuyos nombres a menudo tomamos en la Confirmación. Ungidos en la Confirmación, nos fortalecemos más aún para vivir una vida que desprenda “el buen olor de Cristo,” al igual que los santos (CIC, no. 1294). El crisma sagrado se mezcla con especias aromáticas precisamente para simbolizar este “buen olor.” El Espíritu Santo derrama amor en nuestros corazones a fin de que podamos convertirnos en “instrumentos de la gracia” y “para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad” en el mundo (Benedicto XVI, Caritas in Veritate [La caridad en la verdad], no. 5). El Espíritu Santo “armoniza” nuestros corazones con el corazón de Cristo y nos mueve a amar a otros como Cristo amó cuando lavó los pies de los discípulos y dio su vida por nosotros (Benedicto XVI, Deus Caritas Est [Dios es amor], no. 19).

En la Confirmación renovamos nuestro compromiso de participar en la obra y misión de la Iglesia. 

El sello del don del Espíritu en la Confirmación nos fortalece para el servicio permanente en el Cuerpo de Cristo en la Iglesia y en el mundo. Nos prepara para ser participantes activos en la misión de la Iglesia y dar “testimonio de la fe cristiana por la palabra acompañada de las obras” (CIC, no. 1316). Por último, el Espíritu nos envía como trabajadores de la viña e instrumentos del Espíritu Santo en la renovación de la tierra y la promoción del reino de Dios de justicia y paz. Por lo tanto, la Confirmación es no sólo una unción, sino también recibir la misión de vivir nuestra fe en el mundo. Ya estamos llamados a la misión en virtud de nuestro Bautismo, pero en la Confirmación recibimos los dones del Espíritu (como los apóstoles en Hechos 2) para “un mayor testimonio evangélico en el mundo” (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis [Sacramento de la caridad], no. 17). Como discípulos y testigos de Cristo en la Iglesia y en el mundo (CIC, no. 1319), somos enviados para actuar en nombre de los pobres y vulnerables, promoviendo la vida y la dignidad de todo ser humano. 

El Espíritu Santo nos inspira a la acción evangélica que incluye el desarrollo humano y el trabajo para acabar con la injusticia. 

El Espíritu Santo inspira la labor de evangelización, que incluye el trabajo no sólo para el bienestar espiritual de todos los pueblos, sino también la evangelización de sistemas y culturas (Juan Pablo II, Redemptoris Missio, nos. 42, 65). La actividad misionera de la Iglesia incluye “el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo los de las minorías; la promoción de la mujer y del niño; la salvaguardia de la creación,” y muchas otras áreas de acción en el mundo (Redemptoris Missio, no. 37). Además, la acción inspirada por el Espíritu Santo nos llama a “dar . . . testimonio de Cristo, asumiendo posiciones valientes y proféticas ante la corrupción del poder político o económico.” El Espíritu también “supera las fronteras y las divisiones de raza, casta e ideología” y hace al cristiano en misión un “signo del amor de Dios en el mundo, que es amor sin exclusión ni preferencia” (Redemptoris Missio, nos. 43, 89).

La Confirmación nos llama a compartir la misión de Cristo de promover la vida y la dignidad. 

Los bautizados, ungidos por el Espíritu Santo, se incorporan a Cristo, que es sacerdote, profeta y rey, y son llamados a compartir su misión (CIC, no. 1241). Compartimos la misión sacerdotal de Cristo dándonos diariamente en unión con el supremo sacrificio de Cristo en la cruz. Como profetas, anunciamos el reino de Dios tanto en palabra como en obra, y damos testimonio del Evangelio en la familia, la vida social y la comunidad, y en nuestro compromiso con la vida y dignidad humana. Compartimos la misión regia buscando el reino de la justicia de Dios en el mundo. Hacemos esto cuando superamos el reino del pecado, damos de nosotros mismos, reconocemos a Jesús en “el más insignificante de mis hermanos” (Mt 25:40) y trabajamos por la justicia y la paz. Todos los ungidos por el Espíritu en el Bautismo y la Confirmación comparten la misión de Cristo en Lucas 4:18: “El Espíritu del Señor está sobre mí; por lo cual me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, y a proclamar el año de gracia del Señor” (Christifideles Laici, no. 13). 

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